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La paradoja de la alimentación

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Varias constituciones de América Latina consagran el derecho a la alimentación. En la nueva constitución ecuatoriana, por ejemplo, se señala: “Las personas y colectividades tienen derecho al acceso seguro y permanente a alimentos sanos, suficientes y nutritivos; preferentemente producidos a nivel local y en correspondencia con sus diversas identidades y tradiciones culturales” y obliga al Estado a garantizar que “las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades alcancen la autosuficiencia de alimentos sanos y culturalmente apropiados de forma permanente” (artículo 281). Pero, ¿podemos garantizar los alimentos sobre esas bases?

El reciente libro de Michael Pollan -“En defensa de la comida”, un verdadero manifiesto en contra de la alimentación originada en la agroindustria- sostiene con mucho fundamento que las personas harían bien en alejarse de la dieta occidental y de la ideología de lo que él denomina nutricionismo, que él considera inspirada por los grandes intereses agroindustriales. Sostiene que esta dieta, contrariamente a los méritos que su publicidad destaca, está asociada a todo tipo de desórdenes de salud, desde obesidad hasta problemas cardíacos y cáncer, entre otros. Pollan promueve una alimentación basada en pocos principios: coma comida, aunque esto suene a perogrullada. Con esto quiere decir: no coma nada que su abuela no reconocería como comida, o que contenga más de cinco ingredientes impronunciables o que esté en las perchas centrales de los supermercados. Enfatiza la necesidad de comer sobre todo plantas y hojas, alejarse de alimentos basados en semillas e ingerir carnes de animales que se alimenten de pasturas y alimentos provenientes de suelos saludables, no repletos de químicos. Destaca la importancia de comer poco, cocinar y comer, cultivar un huerto propio o comprar directamente del productor.

Pero Pollan no está solo y no solamente la calidad nutricional de los alimentos agroindustrializados está siendo cuestionada. Estudios recientes destacan el impacto de este tipo de producción sobre el cambio climático. La producción agropecuaria sería la tercera fuente más importante de producción de gases de efecto invernadero. ¡El gas metano, un subproducto de la digestión de las vacas, tiene un efecto 23 veces mayor que el dióxido de carbono producido por los automóviles! La contribución de la actividad agropecuaria al calentamiento global presenta altos porcentajes, especialmente si se considera la destrucción de bosques primarios y su habilitación para la producción agropecuaria. Al mismo tiempo, el aumento de los efectos de cambio climático repercute fuertemente en la capacidad de producir alimentos. Por el contrario, la producción orgánica y alimentación en base a animales de pastoreo parece reducir ese impacto.

Por otra parte, la producción agropecuaria de gran escala tiene efectos en la multiplicación de enfermedades vinculadas al consumo de alimentos o a virus originados en ellos, como ha ocurrido con las recientes pandemias de AH1N1, la gripe aviar y la enfermedad de la vaca loca.

Mucho de lo que recomienda Pollan es razonable, pero ¿puede hacerlo todo el mundo? Me parece que no. Una alimentación basada en estos principios implica al menos tres cosas: que se tiene tiempo para preparar los alimentos, que la mayor parte de la población tiene ingresos para sostener una dieta de este tipo y que existen la producción, los mercados y las formas de comercialización para vender masivamente productos sanos y orgánicos a bajo precio. Sin embargo: en la mayoría de los hogares los dos cónyuges trabajan, lo que deja poco tiempo para preparar los alimentos; las familias de bajos y medianos ingresos destinan ya una altísima proporción de sus gastos a adquirirlos; y los mercados y sistemas de comercialización aludidos no funcionan adecuadamente. La agroindustria y los supermercados tienen capacidad ahora de producir y llegar a los consumidores con calorías y proteínas de bajo precio. Por el momento parece ser la forma más barata de alimentarse, a pesar de los impactos señalados.

Difícil paradoja nos plantea en el corto y mediano plazo la alimentación y la soberanía alimentaria. Las fuertes diferencias entre los objetivos de la reciente Cumbre Alimentaria de FAO y la Cumbre sobre Cambio Climático de Copenhague atestiguan esas tensiones entre objetivos difíciles de compatibilizar. En el largo plazo, la humanidad deberá apuntar a una economía basada en bajas emisiones, agricultura más extensiva, con bajos niveles de labranza, producción orgánica y sistemas alimentarios localizados. Esto implicará alejarse del modelo agrícola y pecuario tal cual lo conocemos. La transición a ello requerirá un enorme esfuerzo tecnológico y organizativo.

Por Manuel Chiriboga , Investigador Principal de Rimisp-Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural.

Fuente:  Columna de opinión publicada en el quinto número de la Revista Equitierra

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